viernes, 31 de agosto de 2007

Un simple espectador...

Algunas veces, cuando la puerta entreabierta permite que la realidad se escabulla entre ensoñaciones de vidas deseadas, de realidades alternas en las que el deseo como poder creador abre los sentidos a un ordenamiento mundano controlado por el ser, se hace necesario repetirse una y otra vez:

¿Quién es el ser? ¿quién desea y quién controla?

Pregunta sin sentido... respuesta inalcanzable que confunde al autor de este escrito y le enreda aun más la cabeza entre su madeja de pensamientos confusos...

Tal vez sea mejor contemplar, observar sin sentido ni razón... Estar sentado acá sin encontrar un buen por qué ni darle un sentido a la imposibilidad de entender las decisiones tomadas que han traído a este personaje a entrar en escena cada mañana, a buscar el Premio de la Academia a la mejor actuación en el papel de reparto. Quizás el merito del actor radique en haber dejado atrás el cuestionarse cada día y cumplir religiosamente con el guión que sustenta la existencia del mundo a su alrededor.

¿Dónde quedó el héroe de esta película? ¿dónde está la imagen que en su mente había creado para sí mismo?

Lastimosamente en esta producción de bajo perfil el héroe pereció hace mucho tiempo, incluso antes de haberse ganado el epíteto de héroe y rescatar a la doncella en apuros. Simplemente dejó de lado el rol principal y se dedico a contemplar su vida en perspectiva, convirtiendo así su papel en el del simple narrador perdiendo el deseo, la imaginación y la ensoñación...

jueves, 30 de agosto de 2007

I'm so sick of this place...

En una disciplina como la que pretendo profesar, en decenas de horas de clase, miles de páginas de autores se nos ha enseñado el papel fundamental que ha jugado la razón en el desarrollo de la especie humana.
Pero me preguntó hoy, con el corazón acongojado por el horror y la crueldad de la que somos capaces los “seres humanos” con nuestros semejantes… ¿para qué nos ha servido nuestro omnipotente y despampanante raciocinio?
Desde la comodidad de mi casa, sentado frente a un televisor, me llena de incertidumbre y de impotencia ver el testimonio, tan lejano para muchos de nosotros, de las victimas que nuestro conflicto irracional deja como meras estadísticas gubernamentales y que desde acá (la pujante ciudad capital) parecen escenas de una oda a una guerra de otro mundo, concebida en la mente extraña de un escritor amarillista que nos monta un escenario paupérrimo para esta pujante y racional humanidad.
Pero, como es costumbre, la realidad nos abofetea inclemente dejando en evidencia la podredumbre a la que puede llegar el “alma” del “ser humano” y nos encara al sufrimiento y la realidad de miles de personas que han visto como partes de sus cuerpos han volado por los aires, consecuencia de un invento macabro diseñado para defender algún ideal estúpido producto de alguna de nuestras “brillantes” mentes, las mismas que nos tienen hoy en el punto más alto de la cadena trófica y a puertas de nuestra propia extinción.
Es en este momento cuando las ideas se piensan también como un arma de destrucción masiva, donde se debe considerar la potencia destructiva de cada palabra, escrita o pronunciada tiene en un futuro no muy lejano de nuestra historia evolutiva… ¿vale la pena seguir acumulando saberes y teorías que, posiblemente en algunos años sean tomados como bastiones de otra guerra inescrupulosa? ¿sirve de algo seguir con esta tradición intelectual que, aunque nos alejo de las cavernas, de la carne cruda y de ser cazados por las fieras nos ha moldeado en un empaque deforme donde la indolencia se ha convertido en el discurso de moda en las aulas y espacios virtuales como este, desde donde hablamos con indiferencia sobre la realidad que “los otros” enfrentan y que para nosotros solo se representan en una fría e inclemente estadística que cuantifica los efectos colaterales de los modelos teóricos que aprendemos a pie juntillas?
Es en este momento donde la pregunta ¿qué es aquello que nos hace humanos? Pierde todo sentido y respuesta, nublando el panorama utópico donde se piensa que aún hay algo que se puede rescatar, donde la idea de que lo aprendido en la academia pueda ser usado en beneficio de esta especie corrompida que, tal vez, lo único que merezca sea su propia extinción.

domingo, 19 de agosto de 2007

El trabajo de campo… ¿humanización del antropólogo divinizado?

Stranger, stranger in a strange land
He look at me like I was the one who should run
I watched as he watched us get back on the bus
I watched there it was
The way it was there
He was with us

U2, Stranger in a strange land.[1]


Hace muchos años cuando la novedad de dejar el ambiente controlado del colegio para (supuestamente) pasar a la libertad de pensamiento, palabra y acción que significaban la vida universitaria, me encontré frente a múltiples discursos terminológicos que develaban un mundo complejo de historias, aventuras y mundos desconocidos, donde la vida citadina se enfrentaba a “lo desconocido”.
En ese momento, mi vida giraba en torno de contrasentidos e inseguridades que a cada momento hacían que los pasos que daba hacia adelante fueran pensados una y otra vez, en búsqueda de develar el camino hacia el imaginario de conocer (muy al sentido
del primer conocimiento implorado por Castañeda) la multiplicidad de mundos que se abren al ojo humano, los misticismos que encierran las sociedades humanas y, tal vez en aquel momento, encaminarme hacia la ensoñación de obtener junto con el diploma, el sombrero y el látigo que en posteriores aventuras salvarían la vida de este mítico personaje.
Después de tantos años de escuchar múltiples elucubraciones sobre nombres extraños, teorías sistematizadoras y generalizadoras, llegando medianamente a comprender la complejidad de pensar en el ser humano como un objeto susceptible de ser estudiado y regularizado, se ha hecho evidente que ni el látigo ni el sombrero están incluidos en el paquete del pregrado pero, más importante aún, el mundo del trabajo antropológico se entremezcla (escalofriantemente) con una serie de disyuntivas, responsabilidades y honestidades que tres años atrás, debo aceptarlo, escapaban de mi campo visual sobre ser antropólogo.
En el transcurso de estos años (donde el había una vez de los cuentos de hadas posiblemente sea más adecuado para encabezar este escrito) el mundo mítico se ha ido transfigurando en un mundo de realidades insondables, de obligaciones y respetos, de conciencias y sentimientos, donde nosotros como especialistas tenemos la obligación de hacer más humano nuestro trabajo al estar capacitados (tal vez como ninguna otra disciplina académica) para comprender y acoplarnos a la naturaleza mutable de los seres humanos, entender sus procesos históricos y sociales, pero más importante aún, de vernos a nosotros mismos inmersos en las problemáticas, cotidianidades, y (¿porqué no?) de saber que nuestro trabajo tiene la oportunidad, en mayor o menor grado, de posibilitar un cambio en la historia.
Ahora bien, después de toda la diatriba de expectativas, eufemismos y utopías, se hace necesario tocar el tema del trabajo de campo como estructurante de la labor antropológica “este proceso ha creado una “persona” un tanto excéntrica que, por un tiempo, se recorta de su medio y comodidades habituales para sumergirse en un medio ajeno, frecuentemente difícil y hasta peligroso, sin ningún interés material aparente” (Guber, 2001: 118).
Durante los múltiples cursos que han hecho parte mi formación académica se ha intentado mostrar la forma correcta de realizar el trabajo antropológico donde “desde los primeros años de formación, al estudiante se le enseña que el antropólogo no es un problema y que sus disquisiciones, a veces hechas públicas, son motivo de estricto control social” (Castillejo, 2000: 19), de proponer los proyectos de investigación, la forma como se deben utilizar las herramientas metodológicas, etc., etc., etc. Para estos cursos se han planteado como herramienta evaluativa algunos “trabajos de investigación”, una que otra “observación participante”, “estudios de caso” y un seudo-documental etnográfico, pero creo que distan mucho de contar como una verdadera experiencia de campo ya que siempre he estado inmerso en la gran urbe, en las facilidades de transporte, tiempo y ubicación que implican realizar un trabajo cerca de casa y (aunque las experiencias han sido provechosas y de una u otra forma me han permitido aprender de ellas) a fin de cuentas, en ninguno de los casos se logra aquel distanciamiento de lo conocido a lo inexplorado ni establecer una relación (en todo el sentido de la palabra) con aquellas personas que han estado involucradas en los trabajos realizados.
Para retomar un poco lo que se ha visto, discutido y analizado en clase, creo que la única oportunidad en que me he visto enfrentado al desafío de un trabajo de campo un tanto alejado de la ciudad, en un medio diferente y tratando de establecer una relación de cooperación y colaboración con un grupo de seres humanos fue durante la realización del “documental” para el seminario de Etnográfica Visual[2], donde me acerque a un grupo de personas que se reunían en el municipio de La Mesa los fines de semana a tomar yagé para purificar sus cuerpos y espíritus, girando en torno a la ideología sincrética de un “chaman” no indígena que utilizaba elementos gnósticos, cristianos, hebreos e indígenas como forma de validar su practica.
Es en este momento cuando algo de lo que se ha dicho sobre el viaje, el distanciamiento y la inmersión en un ambiente desconocido han tomado alguna forma de acuerdo a mi experiencia, donde la ansiedad del “¿que pasará?” comienza a desmoronar los preceptos metodológicos que tan férreamente nos inculcan, el ver alejarse la ciudad por la ventana y como esto despierta un sinfín de extrañas sensaciones en el estómago (como aquellas con las que poéticamente describen el amor) y, muy al estilo del científico objetivo y racional de la película que poco a poco descubre que el mundo no logra ser abarcado por todos sus parámetros, que “los marcos de referencia analíticos e incluso metodológicos resultan con frecuencia ser muy limitados” (Castillejo, 2000: 20), el encontrarse con un universo de lo inesperado e incontrolable donde las teorías, planes de trabajo (y demás metodologías que buscan develar el fenómeno deseado) me llevaron a adaptar mi guión de trabajo a la escena correspondiente de la vida social.
Fue gracias a esta experiencia que me di cuenta de la necesidad de revalorar aquellas enseñanzas todopoderosas sobre la labor del antropólogo como observador distante y extraño, enfrentado a una comunidad determinada, donde el ojo inquisidor que nos enseñan a adoptar también se ve afectado por las diversas condiciones mutables del exterior haciendo que aquella posición de vouyerista se vea desmitificada, convirtiéndonos en un mortal más que busca establecer determinadas relaciones de cooperación, respeto y entendimiento frente a “ellos”.
Y fue en esta negociación de espacios, de momentos privados, de discursos y de sensaciones donde la emotividad de ser humano comenzó a trabajar en conjunción con el ojo inquisidor del antropólogo, donde la experiencia subjetiva de escuchar las enseñanzas del “chaman”, participar en el rito y en la toma se convirtió en elemento base para estructurar la narración de la experiencia social y como mecanismo de entendimiento de las realidades y discursos que este grupo manejaba. Al participar de la toma me di cuenta que las sensaciones, colores, olores, palabras y sabores constituían parte fundamental del significado de la toma del yagé, elementos que son vetados de la narración etnográfica por representar la subjetividad tan indeseada en las ciencias sociales, pero sin los cuales la intención de llevar al espectador una visión cercana a la realidad de estas personas se vería desmeritada por la imposición del discurso académico que se supone debíamos manejar, “según la lógica académica para la cual la razón es el principal vehiculo y mecanismo elaborador de conocimiento, la pasión, los instintos corporales y la fe “no tienen razón de ser “ (…) la emoción es el anti-método que nos aleja del conocimiento ecuánime y objetivo, tornando sospechosa, como vimos a la participación” (Guber, 2001: 109).
Para el momento de organizar las imágenes recolectadas, de buscar plasmar las múltiples experiencias vividas y escuchadas en un orden que significara algo para los que serian los espectadores, jueces y verdugos de aquel trabajo, nos enfrascamos en interminables discusiones con mi compañero de trabajo y mi amiga (que hacia el papel de creativa de edición, por llamarlo de algún modo, gracias a quien se logró hilvanar algo medianamente coherente) sobre aquello que cada uno consideraba relevante, necesario o representativo de la vivencia sobre la toma de yagé. Estas diatribas de noches enteras en vela, de humo de cigarrillo en el ambiente y cafeína inundando los múltiples sistemas del cuerpo humano, nos permitieron entender que el discurso no debía salir de nuestra voz hegemónica como investigadores, ni de nuestra visión celestial multifocal de la practica como tal, sino que debía salir de las voces de cada una de las personas que quisieran aportarnos su testimonio y su imagen en la elaboración del video.
Creo que el hecho de no hablar por los “otros” nos permitió darle al espectador una imagen mas directa del significado que tenia para estas personas el tomar yagé, menos mediatizada por las opiniones de cada uno de nosotros sobre este hecho y, personalmente me llevo a aceptar la necesidad de entender que el trabajo de campo en la antropología hace mucho tiempo debió dejar atrás la “higiene” pretendida en la presentación de los hechos, que llega a un punto tal de llevar al investigador a lo más alto del Olimpo, lugar desde el cual logra entretenerse con el panóptico de la realidad mortal sin tener que ensuciarse las manos con su propia humanidad, simplemente (y al estilo de Cine Colombia) sentarse en su poltrona, mantener a mano su libreta, su lápiz y, porqué no, unas críspelas de microondas para disfrutar del espectáculo.

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Bibliografía:

Castillejo, Alejandro. 2000. “Los Limites de la Disciplina: El Investigador Como Escéptico”, en Poética de lo Otro: Antropología de la Guerra, la Soledad y Exilio Interno en Colombia. Bogotá: Conciencias – Icanh.

Castillejo, Alejandro. 2005. “El Antropólogo como Otro: Conocimiento, Hegemonía y el Proyecto Antropológico” en Antípoda No. 1 (Julio – Diciembre): 12 - 37

Guber, Rosana. 2001. “Breve Historia del Trabajo de Campo”, en La Etnografía: Método, Campo y Reflexividad. Bogotá: Norma.
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[1] Tomado de http://www.lyricsfreak.com/u/u2/stranger+in+a+strange+land_20141458.html
[2] Los Yagénautas. Documental realizado entre Febrero y Mayo de 2006.

viernes, 17 de agosto de 2007

Do the Evolution![1]

I'm ahead, I'm a man
I'm the first mammal to wear pants, yeah
I'm at peace with my lust
I can kill 'cause in God I trust, yeah
its evolution, baby!
Pearl Jam, Do the Evolution[2]


Se ha dicho que los orígenes de nuestra disciplina se remontan a los tiempos donde las políticas colonialistas configuraban el orden mundial, donde comenzó a imponerse una visión particular del mundo junto con sus instituciones, conceptos y preceptos. De esta forma los padres de nuestra disciplina se “aventuraron” al encuentro de ese “otro”, de aquellas sociedades diferentes y exóticas con las que los europeos se fueron encontrando a medida que expandían los dominios de sus imperios.
Pero, a fin de cuentas la necesidad de dominio sobre aquellos pueblos encontrados fue la que impulso la labor antropológica, caracterizando nuestra disciplina como el medio gracias al cual “la ciencia” logra develar y apropiarse de las diferentes formas de ver el mundo, siendo aquellos “salvajes” los perfectos conejillos de indias de los omnipotentes científicos sociales que llegaban a aquellas tierras lejanas a escudriñar en pos del “conocimiento”; “las sociedades no capitalistas de fuera de Europa son convertidas en objetos de estudio por y para los europeos, en objetos de una nueva ciencia, la antropología, siendo esta, a través de sus practicantes, el sujeto que conoce, que estudia” (Vasco, 2001: 435), y que finalmente siempre terminaban engrosando libros de teorías y alimentando los debates de cóctel pero casi en ninguno de los casos reportando algún beneficio para los “objetos de nuestro estudio”,
Hoy en día la situación no ha cambiado mucho, la academia sigue formando masas de antropólogos uniformados, tanto mental como estilísticamente hablando, donde los tópicos propios y correctos del trabajo antropológico eliminan el carácter social de cada una de nuestras investigaciones, (2001: 437)
“Pero basta con hojear cualquier manual de etnografía o leer la introducción metodológica de toda monografía, clásica o no, o acercarse de puntillas a la puerta de un salón de clase universitario en donde se “enseñan” etnografía o técnicas de investigación antropológica y pensar un poco sobre lo que allí se escribe o se dice, para que la ilusión se desvanezca.
Porque las neutrales técnicas, únicamente discutidas por su utilidad mayor o menor para producir conocimiento, no son otra cosa que un conjunto de instrucciones para convertirse en el perfecto objetivizador. “(Vasco: 437)

Se inculca en los futuros investigadores el distanciamiento propio de la objetividad científica donde hay que vestir de bata y guantes para no contaminar de humanidad los trabajos de investigación, siendo fundamental para la producción de conocimiento que el antropólogo pueda desdoblarse, dejando a un lado su lugar como persona para investirse del poder sacramentado del conocimiento científico que representamos.
Es por esto que al pensar en las dimensiones éticas y políticas de la antropología frente al mundo me siento en condiciones un poco desfavorables para acertar a dar una opinión que no este matizada, tal vez, por la forma utópica como he construido mi percepción sobre lo que significa ser antropólogo. Uno de los grandes problemas que desde siempre he tenido con las enseñanzas en la academia ha sido el darme cuenta que las teorías no son suficientes en la formación profesional, donde se busca crear una especie de “revisionista de teorías” que esta posibilitado para enfrentarse a la realidad con las herramientas virtuales que le dan los libros, empacarlo al vacío y etiquetarlo con una cinta donde se lee “ANTROPÓLOGO” (¿será que por esto la mayor parte de las practicas para antropólogos consisten en revisar y organizar datos?).
Ese revisionismo teórico del cual hemos sido presas creo que ha generado una especie de espacio controlado, donde cada uno de nosotros ha estado protegido de las realidades en forma tal que muchos de nosotros no somos concientes de las dimensiones que pueden llegar a tener nuestras palabras y escritos. Muchos hemos pasado los trabajos de investigación que se han propuesto a lo largo de los semestres creyendo que nuestra responsabilidad se limita simplemente a informarles (engrosando la voz y con un tonito de sermón de semana santa o de heraldo medieval) a aquellos sujetos que han tenido la fortuna de convertirse en objeto de nuestro estudio y que estarán bajo la observación de un Antropólogo.
Me parece que esta limitación empírica es lo que ha dejado atrás las inquietudes en nosotros los estudiantes sobre el papel que cumplimos como actores sociales, como investigadores y como reproductores de un modelo de organización de la realidad, pero sobre todo, ha alejado de las discusiones de clase las implicaciones que tiene todo estudio de carácter antropológico y la problemática de “cosificar” a un ser humano para enmarcarlo en un modelo explicativo determinado.
Es aquí donde creo que nuestra discusión sobre “lo ético” o “lo político” se entremezcla con el sentido de la canción que propuse anteriormente, con aquel estribillo con el que di inicio a este escrito, ya que el antropólogo que se ha pretendido formar en la institución académica pareciera repetir la historia egocéntrica del ser humano, donde al compararse con las otras especies fundamenta su control y dominio sobre la racionalidad que lo caracteriza como especie. Así el antropólogo, al ser hombre de ciencia, al tener la posibilidad de develar “las verdades” del mundo circundante y de entender a “los otros” observados, se repite egocéntricamente en una visión distanciada de la vida social y, por lo tanto, deja de lado el pensar acerca de la labor que esta desempeñando, sus motivaciones, consecuencias y la forma en que su actuar trasciende lo académico para establecerse como parte de la vida social, justificándose en los preceptos de avance, desarrollo y conocimiento que caracterizan al científico occidental, “todo esto pese a que tales sociedades ni lo buscan ni lo necesitan. Y pese a que el conocimiento que sobre ellas produce no esta a su alcance ni tiene en cuenta sus necesidades y propósitos” (Vasco: 436).
Actualmente la situación de las dinámicas del poder que rigen el mundo han generado un nuevo espacio para los actores sociales, las diferentes luchas y movimientos ideológicos han permitido que el panorama hegemónico adquiera nuevos contrastes, influyendo así en la labor antropológica de forma tal que, mediante la practica y las relaciones que han establecido los investigadores con las comunidades, han quedado en evidencia puntos críticos en las teorías, filosofías, representaciones y metodologías hoy abordadas por la disciplina.
Estas dinámicas sociales nos han abierto nuevos campos de investigación, llevando las problemáticas de la antropología a temas como la violencia, las problemáticas urbanas, la vida de los campesinos, la marginalidad y la pobreza entre muchos nuevos campos de acción. Pero de igual manera estos nuevos campos de investigación exigen (al igual que los grupos con los cuales se trabaja) que las técnicas metodológicas, las teorías y los proyectos de investigación comprendan las dimensiones sociales que dichos trabajos tienen, determinados parámetros de “respeto” y “colaboración” que, a fin de cuentas, buscan dar a los trabajos una relevancia que vaya mas allá de los problemas y discusiones de la academia.
Así mismo, estas nuevas temáticas han redefinido a aquellos que eran considerados “objetos de estudio de la antropología” a aquellos llamados “los otros” como parte fundamental del trabajo antropológico, donde las comunidades y los sujetos han tomado conciencia de su rol como actores participes de dinámicas reales pertenecientes a un espacio y un tiempo determinado, en donde el científico social juega el papel de ser uno más, igualmente determinado y definido por el espacio-tiempo que habita.
El trabajo de campo necesita de sujetos sociales capacitados para pensar en la realidad que se presenta ante ellos, llenar los objetivos de la investigación, aplicar las herramientas metodológicas de forma apropiada y, de igual manera, que sean capaces de mantener una continua reflexión sobre su propia labor, sobre la forma como establece las relaciones y los canales de comunicación con las comunidades y grupos humanos, “intento defender en suma que no hay ética posible en antropología sin comunicación explicita de nuestra ubicación en una historia orientada (y por tanto política), y no hay comunicación posible sin un referente realista de la realidad histórica” (Narotzky, 2004: 110).

I am ahead, I am advanced
I am the first mammal to make plans, yeah
I crawled the earth, but now I’m higher
Twenty-ten, watch it go to fire
It’s evolution, baby

El pensar en una ética del hacer y en una connotación política de nuestra disciplina abre un sinnumero de interrogantes, los cuales posiblemente para el momento de finalizar este escrito queden sin una respuesta especifica por parte del autor, pero creo que el hecho de tener esas preguntas, dilemas y confusiones sobre la realidad del trabajo antropológico pueden ser una puerta abierta hacia la humanización de la disciplina, pueden ser un intento de evolucionar en los marcos y aportes que nuestro trabajo puede (y debe hacer) a la sociedad. Tal vez el estar buscando conocer la naturaleza real de la antropología, el papel que debe cumplir el antropólogo en el gran teatro de la vida, la forma como me relacionaré con los semejantes que cobijaran las futuras investigaciones que realice y saber si la comunicación entre las dos partes es clara, me posibiliten distanciarme de aquel proyecto colonizador y perpetuador de las relaciones de poder, abriendo paso a una nueva forma de ver “el conocimiento”.
“¿Cuál es el papel del académico, del antropólogo, en el mundo contemporáneo? ¿Cuáles son los lugares del disenso, el topos de una actitud crítica de cara al mundo? ¿Acaso ha desaparecido del todo o la hemos desplazado hacia lugares teóricos donde ha perdido su capacidad para descentrar y conectarse con los predicamentos cotidianos del ser humano? O, por el contrario, ¿se ha transformado esa interpelación al poder en minúsculos y con frecuencia improvisados chapuzones mediáticos, en una ficción emitida desde la cómoda anestesia institucional, desde la familiaridad teórica? (Castillejo, 2006: 57)… la verdad no lo se….



Bibliografía
· Castillejo, Alejandro. “De asepsias, amnesias y anestesias: a manera de interpelación” en Antípoda, No. 2, enero-julio 2006: 54-58, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes.
· Vasco, Luis Guillermo. Entre selva y páramo. Viviendo y pensando la lucha indígena. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2001.
· Narotzky, Susana. “una historia necesaria: ética, política y responsabilidad en la práctica antropológica” en Relaciones 98, Vol. XXV, Primavera 2004: 108-145, Barcelona, Universidad de Barcelona.
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[1] Quiero titular este ensayo de la misma manera en que Pearl Jam años atrás titulo una de sus mejores canciones, tal vez porque personalmente la letra de esta canción esta cargada de un sarcasmo tal que me ha hecho re-pensar sobre el significado de ser humano y en la forma como hemos vivido como especie. Me disculpo de antemano si para alguno de los lectores parece poco rigurosa la inclusión de algo de música rock en un “texto de carácter académico”

[2] Tomado de:
http://www.sing365.com/music/lyric.nsf/Do-the-Evolution-lyrics-Pearl-Jam/A301315698103BBF48256862000A6FB4

Un día más...

Un día más, un comenzar nuevamente, en donde él, no tiene nada que perder y mucho menos nada que ganar… simplemente porque nada tiene…

Es un día gris, uno de esos días en que miras por la ventana y deseas no existir… o simplemente no despertar… la nebulosidad se filtra a través de los ventanales de la humilde pensión, reflejando la pobreza de su luz en las derruidas paredes que encierran su espacio vital…

-¡Maldición!- piensa para si mismo, piensa en sí el día de hoy su arte le dará de comer, le colaborará para conseguir el pan. Conoce el hambre, conoce el dolor, conoce la miseria de la condición humana y de vivir en una ciudad cosmopolita en donde los demás pasan por tu lado viviendo sus vidas, continuando con la pateticidad de su ordinaria existencia sin detenerse a pensar en alguien más que en ellos mismos.

Frente al espejo está nuestro personaje, mirando su rostro demacrado por el tiempo y por las necesidades, tratando de encontrar su mirada… pero encuentra una mueca carente de expresión -¿será por esto que nadie aprecia lo que hago?-.

Sabe que debe de salir antes que doña Dolores despierte y vuelva a pedirle el dinero de la pieza, antes de que amenace con echarlo, como a un perro; agiliza su preparación escénica, aplica la base de maquillaje blanco suavemente, como evitando que alguna parte de su ser se pierda por el sifón del lavamanos procurando cubrir bien el color de su piel pero sin desperdiciar demasiado; por ahora no hay dinero ni para el surtido de pinturas… adorna su cara con un pequeño lápiz de color negro, el mismo que lo ha acompañado los últimos 6 meses (sus peores seis meses), dibujando figuras que ya, para él, carecen de sentido…

Nuevamente cubre su cuerpo aquel traje negro, el mismo atuendo que ha usado hace 3 días y que tendrá que usar por otros dos más mientras llega el domingo y doña Dolores sale al mercado, tiempo suficiente para escabullirse hasta el lavadero y limpiar sus ropas.

Sale a hurtadillas de la vieja casona, evitando ser visto por alguien más que su propia sombra, aprovechando su disfraz para mimetizarse con la oscuridad del día, acostumbrado a caminar como un ladrón, a no hacer un solo ruido incriminador…

-Esta vaina nunca va a cambiar, siempre la misma pobreza- piensa para sí, viendo el barrio en el que vive, viendo las personas que lo rodean. Camina rítmicamente bajando la pendiente, sabe que llegar a su destino le va tomar un buen tiempo… aquí comienza su día, con la misma frase, -¿me deja trabajar amigo?-, sube a la buseta e intenta con sus gesticulaciones y movimientos hacer que éste público, al que a diario se enfrenta y que para él cada vez es más frió, esboce una sonrisa. -¿Será que estos desgraciados son de hielo?... no consigue ni que el chofer apague el vallenato que inunda el ambiente. –Ya entrados en gastos, pa’ que me bajo, mejor me ahorro la caminadita-

Se sienta en una silla que ha quedado vacía, justo al lado de una señora de cabello blanco y rostro envejecido, quien extrañamente le dirige una mirada candida, amable… suspira, a veces encuentra que aun hay algo por lo cual creer en la gente, que no todos son tan malos. Se siente reconfortado, esa mirada le hizo pensar que aun había algo por hacer, que no todo está perdido. Extrañamente se siente plácido y entre los giros del recorrido del bus pierde la conciencia y se sume en un sueño profundo…

Abre los ojos, pesadamente, intenta enfocar la visión pero encuentra nubosidades frente a él, poco a poco el mundo vuelve a hacerse claro – ¡Maldita sea!, ¡en dónde demonios estoy!-. Es lo primero que atina a pensar en medio de la confusión… de pronto se fija en el lugar, se le hace familiar y evoca algún recuerdo en su memoria….

- ¿no que solo se subía a trabajar?, ¡págueme el pasaje!- escucha desde el frente del bus. La idea de perder el poco dinero que le quedaba le hizo sacudir su medula espinal. –Que pena amigo, ya me bajo-

Desciende de la buseta y se encuentra frente a un parque, cubierto por las hojas secas de los árboles, a lo lejos ve un rodadero, los columpios, el sube y baja, siente una suave brisa que golpea su rostro… extraña sensación… dejavú… algo en todo esto le parece demasiado familiar, como algo vivido en un sueño o en alguna otra vida… recorre con la vista los alrededores, observa las casas y los autos, las personas que transitan por las aceras… vagos fantasmas en su memoria intentan salir pero la fuerza de los recuerdos que se quieren olvidar es mas fuerte y refuerzan sus cadenas…

De repente uno de aquellos fantasmas logra escabullirse de su condena, y a la velocidad de un rayo se plasma en su cerebro una imagen…la imagen de ella… se siente confundido, extraviado en laberintos mentales, está perdido… mas perdido aun de lo que está su propia vida… no acierta a emitir un sonido, ni a dar un paso hacia ninguna dirección; ha quedado congelado por sus recuerdos, los mismos recuerdos de que ha estado huyendo durante meses, días, horas, segundos interminables…

- Nuevamente el destino se ríe de mi, ¡maldita sea!-. Ha vuelto al lugar al que prometió no volver, por el cual dejo todo atrás para buscar un nuevo camino; al mismo lugar que destruyo todo lo que alguna vez fue…

-¿Se le perdió algo?-. Sus sentidos con escasez registran el mensaje, está perplejo. -¿Se le perdió algo?-, repite nuevamente aquel extraño ser de uniforme color café y actitud amenazante.

–Disculpe, es que simplemente me extravié en la ruta del bus, ¿podría decirme usted en dónde estoy?-; dice nuestro personaje casi como si fuesen sus ultimas palabras, como si hubiese gastado su ultimo aliento.

– Hermano esto es Villas del Márquez, donde los ricos-, responde el vigilante con un tono mas conciliador al verse reflejado a si mismo en la cara maquillada del extraviado.

En su cabeza solo resuena ese nombre, Villas del Márquez, Villas del Márquez, se repiten esas palabras una y otra vez, casi sin concordancia. – ¿Y usted no sabe en dónde puedo encontrar una ruta para el centro?-. El vigilante se queda meditabundo por unos segundos, buscando que respuesta poder darle al pobre tipo que tiene en frente. – Compadre, toca que se camine hasta la Avenida principal y allá para la ruta 34 que lo deja frente a la Alcaldía-.

Acierta a emprender la marcha, guiado por las indicaciones del vigilante quien aun así no deja de observarlo mientras se aleja… a duras penas puede mantenerse en pie, todo aquello que estuvo obviando con el hambre y la pobreza ha vuelto a renacer, se ha empezado a desatar del fondo de su inconciente haciéndose presente, para tomar parte nuevamente en su realidad. Su alma se estremece al igual que su maltrecho corazón, camina con desgano casi perdiendo la dirección… de repente siente como desde sus inexpresivos ojos brota una lagrima, seguida por otras dos, seguida por otras cuatro más… siente como la base blanca empieza a perderse con aquel líquido extraño, el cual prometió que nunca volvería a verter y que ahora sus ojos derraman copiosamente…

Ha vuelto a llorar por ella, a pesar del tiempo que ha pasado y que la vida le ha dado sus buenos golpes y le ha cobrado todo aquello que nunca debió haber hecho, aun no la ha olvidado, aun no la ha aniquilado de su vida y de su mente…

De repente se detiene, la ve nuevamente. -¿Por qué Dios has hecho esto conmigo? ¿No es suficiente que pasen días sin probar bocado y que en las noches Morfeo me esquive? ¿Por qué has vuelto a ponerla frente a mí? –, se pregunta incansablemente, desesperado, agobiado por ese dolor inmenso que siente en el pecho y que en algún momento creyó haber olvidado… sus ojos se detienen en ella, se detiene a observar a aquella persona que había sido hace mucho tiempo la razón de su existir y de quien había estado huyendo durante todo este tiempo…

De repente se da cuenta que ella también lo miraba. -¿será que me reconoció? No, no puede ser tan negra mi suerte-. Se repite a si mismo tratando de evitar aquella mirada inquisidora…

Intenta ponerse en marcha nuevamente pero no acierta hacia donde ir, busca una vía de escape, una forma de volverse a escabullir a hurtadillas, como cuando se escapa de doña Dolores… pero ya la suerte esta echada, cuando vuelve a dirigir la mirada hacia ella la ve acercarse, caminando hacia él, con ese paso firme y el humo del cigarrillo emanando de su boca… tiembla, su corazón se acelera, muchas veces soñó con este momento y muchas veces la maldijo también…

-Yo te he visto antes, ¿no eres el mimo de la plazoleta frente a la alcaldía?-.

No acierta a decir palabra, su cuerpo experimenta una sensación extraña, no sabe si agradecer el no haber sido descubierto o maldecirla por no reconocerlo…

-Si, claro que eres tú, yo te he visto algunas veces-…

-¿me ha visto antes?-, no encuentra forma de emitir palabra aunque ya la situación apremia que emita algún sonido, alguna simple expresión. -¿Me ha visto, señorita? Cuénteme, ¿si ha disfrutado el espectáculo?-, intenta cambiar la voz un poco, baja la cabeza evitando perderse nuevamente en esos ojos cafés claros, en esos ojos que veía cambiar de color después de las noches despiertos…

-Si, desde luego, usted es muy bueno-. Sus palabras son como una lanza en el costado, está herido de muerte… nuevamente carece de palabras, y al paso de cada segundo frente a ella sus sentimientos se enredan y hacen tanto daño como la corona de espinas que alguna vez Cristo llevo sobre su cabeza, no sabe si gritarle ¡Mírame, mira en lo que me he convertido, mira lo que hiciste conmigo! O simplemente seguir oculto detrás de su desdibujado maquillaje, detrás de su mascara de pintura y escondiendo su corazón, confinándolo a un lugar donde la luz del sol no se conoce y donde día a día se reseca esperando el momento de su extinción…