viernes, 17 de agosto de 2007

Do the Evolution![1]

I'm ahead, I'm a man
I'm the first mammal to wear pants, yeah
I'm at peace with my lust
I can kill 'cause in God I trust, yeah
its evolution, baby!
Pearl Jam, Do the Evolution[2]


Se ha dicho que los orígenes de nuestra disciplina se remontan a los tiempos donde las políticas colonialistas configuraban el orden mundial, donde comenzó a imponerse una visión particular del mundo junto con sus instituciones, conceptos y preceptos. De esta forma los padres de nuestra disciplina se “aventuraron” al encuentro de ese “otro”, de aquellas sociedades diferentes y exóticas con las que los europeos se fueron encontrando a medida que expandían los dominios de sus imperios.
Pero, a fin de cuentas la necesidad de dominio sobre aquellos pueblos encontrados fue la que impulso la labor antropológica, caracterizando nuestra disciplina como el medio gracias al cual “la ciencia” logra develar y apropiarse de las diferentes formas de ver el mundo, siendo aquellos “salvajes” los perfectos conejillos de indias de los omnipotentes científicos sociales que llegaban a aquellas tierras lejanas a escudriñar en pos del “conocimiento”; “las sociedades no capitalistas de fuera de Europa son convertidas en objetos de estudio por y para los europeos, en objetos de una nueva ciencia, la antropología, siendo esta, a través de sus practicantes, el sujeto que conoce, que estudia” (Vasco, 2001: 435), y que finalmente siempre terminaban engrosando libros de teorías y alimentando los debates de cóctel pero casi en ninguno de los casos reportando algún beneficio para los “objetos de nuestro estudio”,
Hoy en día la situación no ha cambiado mucho, la academia sigue formando masas de antropólogos uniformados, tanto mental como estilísticamente hablando, donde los tópicos propios y correctos del trabajo antropológico eliminan el carácter social de cada una de nuestras investigaciones, (2001: 437)
“Pero basta con hojear cualquier manual de etnografía o leer la introducción metodológica de toda monografía, clásica o no, o acercarse de puntillas a la puerta de un salón de clase universitario en donde se “enseñan” etnografía o técnicas de investigación antropológica y pensar un poco sobre lo que allí se escribe o se dice, para que la ilusión se desvanezca.
Porque las neutrales técnicas, únicamente discutidas por su utilidad mayor o menor para producir conocimiento, no son otra cosa que un conjunto de instrucciones para convertirse en el perfecto objetivizador. “(Vasco: 437)

Se inculca en los futuros investigadores el distanciamiento propio de la objetividad científica donde hay que vestir de bata y guantes para no contaminar de humanidad los trabajos de investigación, siendo fundamental para la producción de conocimiento que el antropólogo pueda desdoblarse, dejando a un lado su lugar como persona para investirse del poder sacramentado del conocimiento científico que representamos.
Es por esto que al pensar en las dimensiones éticas y políticas de la antropología frente al mundo me siento en condiciones un poco desfavorables para acertar a dar una opinión que no este matizada, tal vez, por la forma utópica como he construido mi percepción sobre lo que significa ser antropólogo. Uno de los grandes problemas que desde siempre he tenido con las enseñanzas en la academia ha sido el darme cuenta que las teorías no son suficientes en la formación profesional, donde se busca crear una especie de “revisionista de teorías” que esta posibilitado para enfrentarse a la realidad con las herramientas virtuales que le dan los libros, empacarlo al vacío y etiquetarlo con una cinta donde se lee “ANTROPÓLOGO” (¿será que por esto la mayor parte de las practicas para antropólogos consisten en revisar y organizar datos?).
Ese revisionismo teórico del cual hemos sido presas creo que ha generado una especie de espacio controlado, donde cada uno de nosotros ha estado protegido de las realidades en forma tal que muchos de nosotros no somos concientes de las dimensiones que pueden llegar a tener nuestras palabras y escritos. Muchos hemos pasado los trabajos de investigación que se han propuesto a lo largo de los semestres creyendo que nuestra responsabilidad se limita simplemente a informarles (engrosando la voz y con un tonito de sermón de semana santa o de heraldo medieval) a aquellos sujetos que han tenido la fortuna de convertirse en objeto de nuestro estudio y que estarán bajo la observación de un Antropólogo.
Me parece que esta limitación empírica es lo que ha dejado atrás las inquietudes en nosotros los estudiantes sobre el papel que cumplimos como actores sociales, como investigadores y como reproductores de un modelo de organización de la realidad, pero sobre todo, ha alejado de las discusiones de clase las implicaciones que tiene todo estudio de carácter antropológico y la problemática de “cosificar” a un ser humano para enmarcarlo en un modelo explicativo determinado.
Es aquí donde creo que nuestra discusión sobre “lo ético” o “lo político” se entremezcla con el sentido de la canción que propuse anteriormente, con aquel estribillo con el que di inicio a este escrito, ya que el antropólogo que se ha pretendido formar en la institución académica pareciera repetir la historia egocéntrica del ser humano, donde al compararse con las otras especies fundamenta su control y dominio sobre la racionalidad que lo caracteriza como especie. Así el antropólogo, al ser hombre de ciencia, al tener la posibilidad de develar “las verdades” del mundo circundante y de entender a “los otros” observados, se repite egocéntricamente en una visión distanciada de la vida social y, por lo tanto, deja de lado el pensar acerca de la labor que esta desempeñando, sus motivaciones, consecuencias y la forma en que su actuar trasciende lo académico para establecerse como parte de la vida social, justificándose en los preceptos de avance, desarrollo y conocimiento que caracterizan al científico occidental, “todo esto pese a que tales sociedades ni lo buscan ni lo necesitan. Y pese a que el conocimiento que sobre ellas produce no esta a su alcance ni tiene en cuenta sus necesidades y propósitos” (Vasco: 436).
Actualmente la situación de las dinámicas del poder que rigen el mundo han generado un nuevo espacio para los actores sociales, las diferentes luchas y movimientos ideológicos han permitido que el panorama hegemónico adquiera nuevos contrastes, influyendo así en la labor antropológica de forma tal que, mediante la practica y las relaciones que han establecido los investigadores con las comunidades, han quedado en evidencia puntos críticos en las teorías, filosofías, representaciones y metodologías hoy abordadas por la disciplina.
Estas dinámicas sociales nos han abierto nuevos campos de investigación, llevando las problemáticas de la antropología a temas como la violencia, las problemáticas urbanas, la vida de los campesinos, la marginalidad y la pobreza entre muchos nuevos campos de acción. Pero de igual manera estos nuevos campos de investigación exigen (al igual que los grupos con los cuales se trabaja) que las técnicas metodológicas, las teorías y los proyectos de investigación comprendan las dimensiones sociales que dichos trabajos tienen, determinados parámetros de “respeto” y “colaboración” que, a fin de cuentas, buscan dar a los trabajos una relevancia que vaya mas allá de los problemas y discusiones de la academia.
Así mismo, estas nuevas temáticas han redefinido a aquellos que eran considerados “objetos de estudio de la antropología” a aquellos llamados “los otros” como parte fundamental del trabajo antropológico, donde las comunidades y los sujetos han tomado conciencia de su rol como actores participes de dinámicas reales pertenecientes a un espacio y un tiempo determinado, en donde el científico social juega el papel de ser uno más, igualmente determinado y definido por el espacio-tiempo que habita.
El trabajo de campo necesita de sujetos sociales capacitados para pensar en la realidad que se presenta ante ellos, llenar los objetivos de la investigación, aplicar las herramientas metodológicas de forma apropiada y, de igual manera, que sean capaces de mantener una continua reflexión sobre su propia labor, sobre la forma como establece las relaciones y los canales de comunicación con las comunidades y grupos humanos, “intento defender en suma que no hay ética posible en antropología sin comunicación explicita de nuestra ubicación en una historia orientada (y por tanto política), y no hay comunicación posible sin un referente realista de la realidad histórica” (Narotzky, 2004: 110).

I am ahead, I am advanced
I am the first mammal to make plans, yeah
I crawled the earth, but now I’m higher
Twenty-ten, watch it go to fire
It’s evolution, baby

El pensar en una ética del hacer y en una connotación política de nuestra disciplina abre un sinnumero de interrogantes, los cuales posiblemente para el momento de finalizar este escrito queden sin una respuesta especifica por parte del autor, pero creo que el hecho de tener esas preguntas, dilemas y confusiones sobre la realidad del trabajo antropológico pueden ser una puerta abierta hacia la humanización de la disciplina, pueden ser un intento de evolucionar en los marcos y aportes que nuestro trabajo puede (y debe hacer) a la sociedad. Tal vez el estar buscando conocer la naturaleza real de la antropología, el papel que debe cumplir el antropólogo en el gran teatro de la vida, la forma como me relacionaré con los semejantes que cobijaran las futuras investigaciones que realice y saber si la comunicación entre las dos partes es clara, me posibiliten distanciarme de aquel proyecto colonizador y perpetuador de las relaciones de poder, abriendo paso a una nueva forma de ver “el conocimiento”.
“¿Cuál es el papel del académico, del antropólogo, en el mundo contemporáneo? ¿Cuáles son los lugares del disenso, el topos de una actitud crítica de cara al mundo? ¿Acaso ha desaparecido del todo o la hemos desplazado hacia lugares teóricos donde ha perdido su capacidad para descentrar y conectarse con los predicamentos cotidianos del ser humano? O, por el contrario, ¿se ha transformado esa interpelación al poder en minúsculos y con frecuencia improvisados chapuzones mediáticos, en una ficción emitida desde la cómoda anestesia institucional, desde la familiaridad teórica? (Castillejo, 2006: 57)… la verdad no lo se….



Bibliografía
· Castillejo, Alejandro. “De asepsias, amnesias y anestesias: a manera de interpelación” en Antípoda, No. 2, enero-julio 2006: 54-58, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes.
· Vasco, Luis Guillermo. Entre selva y páramo. Viviendo y pensando la lucha indígena. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2001.
· Narotzky, Susana. “una historia necesaria: ética, política y responsabilidad en la práctica antropológica” en Relaciones 98, Vol. XXV, Primavera 2004: 108-145, Barcelona, Universidad de Barcelona.
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[1] Quiero titular este ensayo de la misma manera en que Pearl Jam años atrás titulo una de sus mejores canciones, tal vez porque personalmente la letra de esta canción esta cargada de un sarcasmo tal que me ha hecho re-pensar sobre el significado de ser humano y en la forma como hemos vivido como especie. Me disculpo de antemano si para alguno de los lectores parece poco rigurosa la inclusión de algo de música rock en un “texto de carácter académico”

[2] Tomado de:
http://www.sing365.com/music/lyric.nsf/Do-the-Evolution-lyrics-Pearl-Jam/A301315698103BBF48256862000A6FB4

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