En una disciplina como la que pretendo profesar, en decenas de horas de clase, miles de páginas de autores se nos ha enseñado el papel fundamental que ha jugado la razón en el desarrollo de la especie humana.
Pero me preguntó hoy, con el corazón acongojado por el horror y la crueldad de la que somos capaces los “seres humanos” con nuestros semejantes… ¿para qué nos ha servido nuestro omnipotente y despampanante raciocinio?
Desde la comodidad de mi casa, sentado frente a un televisor, me llena de incertidumbre y de impotencia ver el testimonio, tan lejano para muchos de nosotros, de las victimas que nuestro conflicto irracional deja como meras estadísticas gubernamentales y que desde acá (la pujante ciudad capital) parecen escenas de una oda a una guerra de otro mundo, concebida en la mente extraña de un escritor amarillista que nos monta un escenario paupérrimo para esta pujante y racional humanidad.
Pero, como es costumbre, la realidad nos abofetea inclemente dejando en evidencia la podredumbre a la que puede llegar el “alma” del “ser humano” y nos encara al sufrimiento y la realidad de miles de personas que han visto como partes de sus cuerpos han volado por los aires, consecuencia de un invento macabro diseñado para defender algún ideal estúpido producto de alguna de nuestras “brillantes” mentes, las mismas que nos tienen hoy en el punto más alto de la cadena trófica y a puertas de nuestra propia extinción.
Es en este momento cuando las ideas se piensan también como un arma de destrucción masiva, donde se debe considerar la potencia destructiva de cada palabra, escrita o pronunciada tiene en un futuro no muy lejano de nuestra historia evolutiva… ¿vale la pena seguir acumulando saberes y teorías que, posiblemente en algunos años sean tomados como bastiones de otra guerra inescrupulosa? ¿sirve de algo seguir con esta tradición intelectual que, aunque nos alejo de las cavernas, de la carne cruda y de ser cazados por las fieras nos ha moldeado en un empaque deforme donde la indolencia se ha convertido en el discurso de moda en las aulas y espacios virtuales como este, desde donde hablamos con indiferencia sobre la realidad que “los otros” enfrentan y que para nosotros solo se representan en una fría e inclemente estadística que cuantifica los efectos colaterales de los modelos teóricos que aprendemos a pie juntillas?
Es en este momento donde la pregunta ¿qué es aquello que nos hace humanos? Pierde todo sentido y respuesta, nublando el panorama utópico donde se piensa que aún hay algo que se puede rescatar, donde la idea de que lo aprendido en la academia pueda ser usado en beneficio de esta especie corrompida que, tal vez, lo único que merezca sea su propia extinción.
Pero me preguntó hoy, con el corazón acongojado por el horror y la crueldad de la que somos capaces los “seres humanos” con nuestros semejantes… ¿para qué nos ha servido nuestro omnipotente y despampanante raciocinio?
Desde la comodidad de mi casa, sentado frente a un televisor, me llena de incertidumbre y de impotencia ver el testimonio, tan lejano para muchos de nosotros, de las victimas que nuestro conflicto irracional deja como meras estadísticas gubernamentales y que desde acá (la pujante ciudad capital) parecen escenas de una oda a una guerra de otro mundo, concebida en la mente extraña de un escritor amarillista que nos monta un escenario paupérrimo para esta pujante y racional humanidad.
Pero, como es costumbre, la realidad nos abofetea inclemente dejando en evidencia la podredumbre a la que puede llegar el “alma” del “ser humano” y nos encara al sufrimiento y la realidad de miles de personas que han visto como partes de sus cuerpos han volado por los aires, consecuencia de un invento macabro diseñado para defender algún ideal estúpido producto de alguna de nuestras “brillantes” mentes, las mismas que nos tienen hoy en el punto más alto de la cadena trófica y a puertas de nuestra propia extinción.
Es en este momento cuando las ideas se piensan también como un arma de destrucción masiva, donde se debe considerar la potencia destructiva de cada palabra, escrita o pronunciada tiene en un futuro no muy lejano de nuestra historia evolutiva… ¿vale la pena seguir acumulando saberes y teorías que, posiblemente en algunos años sean tomados como bastiones de otra guerra inescrupulosa? ¿sirve de algo seguir con esta tradición intelectual que, aunque nos alejo de las cavernas, de la carne cruda y de ser cazados por las fieras nos ha moldeado en un empaque deforme donde la indolencia se ha convertido en el discurso de moda en las aulas y espacios virtuales como este, desde donde hablamos con indiferencia sobre la realidad que “los otros” enfrentan y que para nosotros solo se representan en una fría e inclemente estadística que cuantifica los efectos colaterales de los modelos teóricos que aprendemos a pie juntillas?
Es en este momento donde la pregunta ¿qué es aquello que nos hace humanos? Pierde todo sentido y respuesta, nublando el panorama utópico donde se piensa que aún hay algo que se puede rescatar, donde la idea de que lo aprendido en la academia pueda ser usado en beneficio de esta especie corrompida que, tal vez, lo único que merezca sea su propia extinción.
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