viernes, 17 de agosto de 2007

Un día más...

Un día más, un comenzar nuevamente, en donde él, no tiene nada que perder y mucho menos nada que ganar… simplemente porque nada tiene…

Es un día gris, uno de esos días en que miras por la ventana y deseas no existir… o simplemente no despertar… la nebulosidad se filtra a través de los ventanales de la humilde pensión, reflejando la pobreza de su luz en las derruidas paredes que encierran su espacio vital…

-¡Maldición!- piensa para si mismo, piensa en sí el día de hoy su arte le dará de comer, le colaborará para conseguir el pan. Conoce el hambre, conoce el dolor, conoce la miseria de la condición humana y de vivir en una ciudad cosmopolita en donde los demás pasan por tu lado viviendo sus vidas, continuando con la pateticidad de su ordinaria existencia sin detenerse a pensar en alguien más que en ellos mismos.

Frente al espejo está nuestro personaje, mirando su rostro demacrado por el tiempo y por las necesidades, tratando de encontrar su mirada… pero encuentra una mueca carente de expresión -¿será por esto que nadie aprecia lo que hago?-.

Sabe que debe de salir antes que doña Dolores despierte y vuelva a pedirle el dinero de la pieza, antes de que amenace con echarlo, como a un perro; agiliza su preparación escénica, aplica la base de maquillaje blanco suavemente, como evitando que alguna parte de su ser se pierda por el sifón del lavamanos procurando cubrir bien el color de su piel pero sin desperdiciar demasiado; por ahora no hay dinero ni para el surtido de pinturas… adorna su cara con un pequeño lápiz de color negro, el mismo que lo ha acompañado los últimos 6 meses (sus peores seis meses), dibujando figuras que ya, para él, carecen de sentido…

Nuevamente cubre su cuerpo aquel traje negro, el mismo atuendo que ha usado hace 3 días y que tendrá que usar por otros dos más mientras llega el domingo y doña Dolores sale al mercado, tiempo suficiente para escabullirse hasta el lavadero y limpiar sus ropas.

Sale a hurtadillas de la vieja casona, evitando ser visto por alguien más que su propia sombra, aprovechando su disfraz para mimetizarse con la oscuridad del día, acostumbrado a caminar como un ladrón, a no hacer un solo ruido incriminador…

-Esta vaina nunca va a cambiar, siempre la misma pobreza- piensa para sí, viendo el barrio en el que vive, viendo las personas que lo rodean. Camina rítmicamente bajando la pendiente, sabe que llegar a su destino le va tomar un buen tiempo… aquí comienza su día, con la misma frase, -¿me deja trabajar amigo?-, sube a la buseta e intenta con sus gesticulaciones y movimientos hacer que éste público, al que a diario se enfrenta y que para él cada vez es más frió, esboce una sonrisa. -¿Será que estos desgraciados son de hielo?... no consigue ni que el chofer apague el vallenato que inunda el ambiente. –Ya entrados en gastos, pa’ que me bajo, mejor me ahorro la caminadita-

Se sienta en una silla que ha quedado vacía, justo al lado de una señora de cabello blanco y rostro envejecido, quien extrañamente le dirige una mirada candida, amable… suspira, a veces encuentra que aun hay algo por lo cual creer en la gente, que no todos son tan malos. Se siente reconfortado, esa mirada le hizo pensar que aun había algo por hacer, que no todo está perdido. Extrañamente se siente plácido y entre los giros del recorrido del bus pierde la conciencia y se sume en un sueño profundo…

Abre los ojos, pesadamente, intenta enfocar la visión pero encuentra nubosidades frente a él, poco a poco el mundo vuelve a hacerse claro – ¡Maldita sea!, ¡en dónde demonios estoy!-. Es lo primero que atina a pensar en medio de la confusión… de pronto se fija en el lugar, se le hace familiar y evoca algún recuerdo en su memoria….

- ¿no que solo se subía a trabajar?, ¡págueme el pasaje!- escucha desde el frente del bus. La idea de perder el poco dinero que le quedaba le hizo sacudir su medula espinal. –Que pena amigo, ya me bajo-

Desciende de la buseta y se encuentra frente a un parque, cubierto por las hojas secas de los árboles, a lo lejos ve un rodadero, los columpios, el sube y baja, siente una suave brisa que golpea su rostro… extraña sensación… dejavú… algo en todo esto le parece demasiado familiar, como algo vivido en un sueño o en alguna otra vida… recorre con la vista los alrededores, observa las casas y los autos, las personas que transitan por las aceras… vagos fantasmas en su memoria intentan salir pero la fuerza de los recuerdos que se quieren olvidar es mas fuerte y refuerzan sus cadenas…

De repente uno de aquellos fantasmas logra escabullirse de su condena, y a la velocidad de un rayo se plasma en su cerebro una imagen…la imagen de ella… se siente confundido, extraviado en laberintos mentales, está perdido… mas perdido aun de lo que está su propia vida… no acierta a emitir un sonido, ni a dar un paso hacia ninguna dirección; ha quedado congelado por sus recuerdos, los mismos recuerdos de que ha estado huyendo durante meses, días, horas, segundos interminables…

- Nuevamente el destino se ríe de mi, ¡maldita sea!-. Ha vuelto al lugar al que prometió no volver, por el cual dejo todo atrás para buscar un nuevo camino; al mismo lugar que destruyo todo lo que alguna vez fue…

-¿Se le perdió algo?-. Sus sentidos con escasez registran el mensaje, está perplejo. -¿Se le perdió algo?-, repite nuevamente aquel extraño ser de uniforme color café y actitud amenazante.

–Disculpe, es que simplemente me extravié en la ruta del bus, ¿podría decirme usted en dónde estoy?-; dice nuestro personaje casi como si fuesen sus ultimas palabras, como si hubiese gastado su ultimo aliento.

– Hermano esto es Villas del Márquez, donde los ricos-, responde el vigilante con un tono mas conciliador al verse reflejado a si mismo en la cara maquillada del extraviado.

En su cabeza solo resuena ese nombre, Villas del Márquez, Villas del Márquez, se repiten esas palabras una y otra vez, casi sin concordancia. – ¿Y usted no sabe en dónde puedo encontrar una ruta para el centro?-. El vigilante se queda meditabundo por unos segundos, buscando que respuesta poder darle al pobre tipo que tiene en frente. – Compadre, toca que se camine hasta la Avenida principal y allá para la ruta 34 que lo deja frente a la Alcaldía-.

Acierta a emprender la marcha, guiado por las indicaciones del vigilante quien aun así no deja de observarlo mientras se aleja… a duras penas puede mantenerse en pie, todo aquello que estuvo obviando con el hambre y la pobreza ha vuelto a renacer, se ha empezado a desatar del fondo de su inconciente haciéndose presente, para tomar parte nuevamente en su realidad. Su alma se estremece al igual que su maltrecho corazón, camina con desgano casi perdiendo la dirección… de repente siente como desde sus inexpresivos ojos brota una lagrima, seguida por otras dos, seguida por otras cuatro más… siente como la base blanca empieza a perderse con aquel líquido extraño, el cual prometió que nunca volvería a verter y que ahora sus ojos derraman copiosamente…

Ha vuelto a llorar por ella, a pesar del tiempo que ha pasado y que la vida le ha dado sus buenos golpes y le ha cobrado todo aquello que nunca debió haber hecho, aun no la ha olvidado, aun no la ha aniquilado de su vida y de su mente…

De repente se detiene, la ve nuevamente. -¿Por qué Dios has hecho esto conmigo? ¿No es suficiente que pasen días sin probar bocado y que en las noches Morfeo me esquive? ¿Por qué has vuelto a ponerla frente a mí? –, se pregunta incansablemente, desesperado, agobiado por ese dolor inmenso que siente en el pecho y que en algún momento creyó haber olvidado… sus ojos se detienen en ella, se detiene a observar a aquella persona que había sido hace mucho tiempo la razón de su existir y de quien había estado huyendo durante todo este tiempo…

De repente se da cuenta que ella también lo miraba. -¿será que me reconoció? No, no puede ser tan negra mi suerte-. Se repite a si mismo tratando de evitar aquella mirada inquisidora…

Intenta ponerse en marcha nuevamente pero no acierta hacia donde ir, busca una vía de escape, una forma de volverse a escabullir a hurtadillas, como cuando se escapa de doña Dolores… pero ya la suerte esta echada, cuando vuelve a dirigir la mirada hacia ella la ve acercarse, caminando hacia él, con ese paso firme y el humo del cigarrillo emanando de su boca… tiembla, su corazón se acelera, muchas veces soñó con este momento y muchas veces la maldijo también…

-Yo te he visto antes, ¿no eres el mimo de la plazoleta frente a la alcaldía?-.

No acierta a decir palabra, su cuerpo experimenta una sensación extraña, no sabe si agradecer el no haber sido descubierto o maldecirla por no reconocerlo…

-Si, claro que eres tú, yo te he visto algunas veces-…

-¿me ha visto antes?-, no encuentra forma de emitir palabra aunque ya la situación apremia que emita algún sonido, alguna simple expresión. -¿Me ha visto, señorita? Cuénteme, ¿si ha disfrutado el espectáculo?-, intenta cambiar la voz un poco, baja la cabeza evitando perderse nuevamente en esos ojos cafés claros, en esos ojos que veía cambiar de color después de las noches despiertos…

-Si, desde luego, usted es muy bueno-. Sus palabras son como una lanza en el costado, está herido de muerte… nuevamente carece de palabras, y al paso de cada segundo frente a ella sus sentimientos se enredan y hacen tanto daño como la corona de espinas que alguna vez Cristo llevo sobre su cabeza, no sabe si gritarle ¡Mírame, mira en lo que me he convertido, mira lo que hiciste conmigo! O simplemente seguir oculto detrás de su desdibujado maquillaje, detrás de su mascara de pintura y escondiendo su corazón, confinándolo a un lugar donde la luz del sol no se conoce y donde día a día se reseca esperando el momento de su extinción…

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